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Fotograma develado en tu mirada

                                                                                                       Alexandra Y. Vallejos Diaz


Era el 11 de septiembre de 1953, aunque sea terrible recordando fechas, soy un campeón evocando el sentimiento que me solía provocar tu mirada y es que eran justamente esos ojos negros en donde almacene nuestros días, la radiografía de mi risa ante tu rostro, tus palabras cual caligramas y el sonido de tu voz con Billy Hollyday de fondo; todos mis recuerdos en formato de caleidoscopio.

Hacía calor, sin embargo, el terno y la gabardina a algunos les hacía justicia, menos a mí, recuerdo cómo me evitabas, como bajabas la mirada, como te sacabas conversaciones elocuentes de tu enriquecida mente que no llegabas a compartir conmigo en ningún momento, pero te lo agradezco, pues aunque de pie y lejos de ti, pude fotografiar cada instante, cada detalle, los azulejos, los muebles de estilo republicano, cada movimiento tuyo… cada parpadeo y sonrisa; quizás me evitabas a razón de las promesas de aquella madrugada pues ambos sabemos que en la claridad de la mañana solo quedan vestigios. Recuerdo cómo te observaba, apoyado en la mampara, enarbolando tu copa de vino semiseco para bajar ese cabrito a la norteña, por ratos una que otra copa de champan y aunque el pisco que después tendrías en tus manos me tomaría por sorpresa, teníamos tú y yo tanto que celebrar o bueno Aurora, al menos tú sí, y yo brindaría por ti.


Para nuestros amigos, celebrábamos las últimas vacaciones de la universidad; para tu familia, el onomástico de tu tierna y hospitalaria madre pero entre tu y yo, en absoluto silencio celebrábamos lo que más adelante sería no más que un adiós, en medio de ese tupido almuerzo en tu amado norte en donde habías asumido el reto de recibir en tu hogar al chino, al bigote, a Marquito, a Zamora y a mí que aunque por ratos nos pasábamos de fregados con esos comentarios prohibidos que relataban tus aventuras en la capital y que con una patada dulce ya tenías controlados, ahora que vivo el recuerdo, estábamos más que agradecidos.


En mi memoria no figura ni una gota de alcohol en mi cuerpo durante ese viaje, aunque podría decir con seguridad que me había levantado con resaca, yo fui al norte a hacerte mía Aurora, llevaba años perdido en tu mirada, era una suerte que siguiera cuerdo, quería pedir tu mano y sacarte de blanco como dios manda, pero cuando iba a pedir la palabra tú me callaste y si, tenías tus razones. La noche anterior acabábamos de llegar, nos acomodamos lo mejor que pudimos y entre risas y todos apretujados los chicos se quedaron dormidos, en un cuarto de techo alto, cuya ventana daba al patio, de igual forma se me iba el aliento, Aurora sabia de mis planes y aunque la quería sin ninguna duda, aquella noche no podía dormir, planeaba cada palabra, cada gesto, y hasta la altura en la que levantaría la copa, eras la única hija de tu padre, no te dejaría ir tan fácil, conflictuado y algo angustiado me dormí, no sé cuánto tiempo pasaría pero sentí una respiración cerca de mi rostro y cuando exaltado ya le iba a mandar un lapo a Zamora, noté que eras tú y aunque algo desentendido por la hora, me perdí nuevamente en tu mirada.


Levántate rápido – dijiste con tu tierna voz de mando; y eso hice, te seguí hasta lo que era tu habitación, una habitación que habías abandonado entre lágrimas de niña tal y como me habías contado alguna vez, jamás quisiste ir a estudiar a la capital, pues amabas el silencio y la tranquilidad de ese rincón de tu habitación ubicado en un pedazo privilegiado del norte, pero respetabas a tu padre y más adelante no me quedaría ni una duda de ello.


Estábamos solos y no desaprovecharía la oportunidad de pedirle permiso a tu elocuencia y besarte decidido y con pasión, hasta que mis labios me dolieran. Toque tu cuello que quemaba, tus hombros delgados y con mis manos en tu cintura busque interminablemente aferrarme a tu cuerpo con la esperanza de que tu aroma se quedara para siempre conmigo a donde fuera, pero tu rostro se humedeció en la oscuridad, ya no escuchaba nuestros besos ni el sonido suave del roce de nuestras prendas, solo sentía tus lágrimas, intentaba calmarte, pero era el llanto del primer amor que, aunque correspondido, inviable. Me dijiste tajantemente que te ibas dentro de dos semanas, tu padre había gestionado tu visa, además había comprado tus pasajes, ni en la capital y mucho menos en el norte; de inmediato me exalté, me movía bruscamente por tu cuarto con una vela buscando sin éxito esos pasajes, quería destrozarlos, desaparecerlos, quemarlos… hasta que oí tu voz que suavemente me decía que querías irte y me quede inmóvil


Habíamos hecho planes Aurora - te dije - íbamos a ejercer la educación en Lima, te iba a comprar una casita, lo íbamos a hacer bien, pero tu rostro era legible, eras una mujer de alma libre, querías irte y ¿Cómo pedirte que te quedes y renuncies a tus deseos?, sean tuyos o de tu padre, era tu voz diciéndome que deseabas irte; me senté en tu cama a pensar y de forma orgánica, casi desde el fondo de mis sentimientos y en honor a lo que sentía por ti, tome distancia y aterrice o mejor dicho, caí.


Soy tuyo Aurora, siempre seré tuyo – después de aquello quedo el silencio, uno que otro abrazo, uno que otro beso, sacaste del baúl de la orilla de tu cama una libreta en blanco y me pediste que por favor te escribiera siempre y sonreí porque para mí ya eras una novela completa; regrese a mi cuarto con la disyuntiva de arriesgarme y de igual forma pedir tu mano pero en aquel instante, dejarte ir para mí, sería esperarte lo que fuera, nunca pensé que en realidad estaba renunciando a ti de manera atemporal. Al día siguiente almorzamos y partimos más al norte con los chicos, nos despedimos con un abrazo fraterno e inolvidable, no pensé que no volvería a verte más.


Durante el viaje quizás algo consternado y víctima de la pena les comenté brevemente lo sucedido, a los chicos y después de decirme que fui un cojudo, Zamora me dijo que había hecho lo correcto, aunque en ese momento no lo entendí bien, ¿Cómo es que renunciar al amor era lo correcto? Teníamos apenas veintitrés años, cuando regresé a la capital, tú ya habías partido, me senté una y otra vez intentar escribirte en aquella libreta, pero no podía hasta que después de un año y medio te escribí y tu respuesta llegó rápido, habías conocido a un hombre en New Jersey, un arquitecto, te habías casado y tenías tres meses de embarazo, me reprochaste por no haber escrito antes y me invitabas a ir cuando quiera a conocer a tu esposo y a tu bebé, del cual me habías mandado una preciosa foto.


Me alegré porque tus expresiones eran efusivas, sentía tu felicidad, esa noche, en el norte me equivoqué y al leer tu correspondencia me quedaba aún más claro, yo renuncie a ti y tú no tendrías problemas para volar; nos carteamos unas cuantas veces más, te comenté como me iba de docente en el colegio fiscal Alfonso Ugarte y como esos jóvenes me hacían recordar a nosotros, te conté que Zamora, el Chino, el barbas (que ya no llevaba barba y que ya sabía usar cuchillos al comer) estaban casados y trabajando, al igual que yo, en colegios fiscales, te conté también que mis padres habían regresado a vivir a Ayacucho y que Marquito se casaría dentro de dos meses con una abogada que sabe dios como le había aceptado la propuesta y aunque tenía ganas de escribir que no te olvidaba sentí que esta vez un recuerdo seria mucho más satisfactorio que hacer de tus pensamientos una arboleda; moví un poco el papel de la libreta en la que te escribí la última carta y ahí estaba, dentro del sobre de la carta que me mandaste, la foto inmortalizada por la Yashica de tu hermano y revelada en papel fotográfico AGFA – Brovira, suspiré y sonreí, no sabía porque me la habías remitido, quizás era mi turno de conservarla, en fin… supongo que de ello se trata el amor finalmente sin importar el contexto, de suspirar y sonreír. Me fije tiernamente en la dedicatoria de ese joven que cual vaticinio dejo en sus letras la plena inmortalidad.






Foto anónima encontrada en Quilca.

Dedicatoria de la parte trasera de la fotografía:

 

                Señorita Aurora:

Si el tiempo i la distancia, nos llegara separar. Acuérdese Peregrino, que nunca la podrá olvidar.

Con todo cariño.

11/09/53

  

A mi abuela, Isabel Ferrel Moreano.


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